sábado, 26 de octubre de 2019

Carta para Ana


Querida Ana,
Quizá te convendría leer esto cada vez que necesites un refugio de un mundo que suele agobiar por ser tan desesperanzador. Para no comenzar sólo con una mala nota, quiero recordarte que todo mejora, si uno quiere que así sea.
No me es extraño que te preguntes cada tanto si esto es lo tuyo, o si debés buscar algo que no demande tanto esfuerzo emocional y compromiso. Dudo muchísimo que algún docente, a través de los años, no se haya planteado ciertas cuestiones en muchísimas oportunidades. Esto es, en TU opinión, algo bueno, certero. Es que, querida Ana, es imposible atravesar esta profesión sin preguntárselo.
Te recuerdo algo: una vez terminada la secundaria, hiciste lo que la mayoría de los adolescentes hacían en esa época, te metiste al CBC para estudiar Traductorado Público, porque era lo único que respondía más o menos a tus intereses y posibilidades económicas. Como era de esperarse, te aburrió el aspecto legal de la carrera, y abandonaste. Luego intentaste entrar a la carrera de Traductor Técnico-científico-literario, y nuevamente, algo te dijo que no estabas lista para eso. Quedaba así, intentar hacer el profesorado. Quizá no recuerdes, pero empezaste allí por 2002, en el 41, muy joven, y muy joven abandonaste también. Te recordaría las otras tantas veces que retomaste el profesorado, en distintas instituciones, pero ya te das una idea hacia dónde voy: nunca estuviste segura de tu vocación. Lo curioso es que nunca, en todos esos años, abandonaste el trabajo en la escuela. ¿Te acordás? Comenzaste a dar clases en 2004, un segundo grado en una escuela de Mármol. Desde ese momento, nunca abandonaste la docencia. Por si no lo habías notado, hay mucha contradicción entre esto y lo que pensás sobre tu vocación real.
Quizá lo más curioso de todo, fue cuando una amiga te insistió para retomar los estudios. Tal vez presionada por varios factores, te decidiste a intentarlo, y así fue. ¡Cómo costó! Tanto esfuerzo y tantos obstáculos desde ese día. La buena noticia es que esta vez te convenciste de que había algo que antes no habías logrado desmenuzar. (Te encanta esa palabra, sí) La docencia SÍ era lo tuyo. En 15 años de trabajo, tuviste inmensidad de experiencias, de las más variadas y el miedo que sentías a estar frente a tus alumnos se fue re-configurando. Sin embargo, cuando recordás tú paso por las aulas,  a aquellos alumnos que todavía hoy recordás con tanto cariño (o no tanto), estás hablando de tu experiencia de vida. Porque la docencia, es una experiencia de vida total. Es reflexionar todo el tiempo sobre la tarea de enseñar. Así como cuestionamos nuestra propia existencia y el mundo que nos rodea, todo el tiempo.
Siempre te preguntaste qué te movió a no abandonar la docencia en todo este tiempo. Para ello no quiero olvidarme  que una vez leyendo a Pablo Freire, te llamó mucho la atención una frase suya que dice así:
“Cualquiera que sea la dimensión por la cual consideramos la auténtica práctica educativa su proceso implica la esperanza… Los educadores sin esperanza contradicen su práctica… las educadoras y educadores debería analizar siempre las ideas venidas de la realidad social. Idas y venidas que permiten un mayor entendimiento de la esperanza”
Y tuviste una suerte de epifanía: Reconociste en vos una necesidad de encontrar la esperanza en este mundo tan desalentador. Reconociste que la docencia es motor de la esperanza para un mundo algo más justo en medio de un caos que uno a veces no logra entender ni asimilar. Ves en tus alumnos las capacidades listas para ser nutridas y cosechadas. Te refugiaste en el placer del conocer y el ayudar a conocer. Re significaste el valor de tu tarea todos estos años y la miraste con más amor. Entendiste que educar es un acto de justicia. Examinaste tu rol docente y aceptaste que la neutralidad nunca es posible en una profesión como esta. Y si bien no quisiste intencionalmente ‘implantar’ tu ideología en tus alumnos, tu visión de un mundo más justo siempre fue tu bandera. 
Querida Ana, espero que esto último te acompañe por el resto de tus días. No olvides quién sos, ni de dónde viniste. Te espero aquí nuevamente, con estas palabras sensatas, cuando quieras.
Mucha suerte.                                                Ana.


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